Si se le pide a una persona al azar que se imagine una abeja, probablemente evocará la familiar criatura con rayas negras y amarillas que zumba de flor en flor recogiendo polen para llevarlo a la colmena. Pero un grupo más inusual de abejas puede encontrarse “cortando trozos de carne de los cadáveres en las selvas tropicales”, según los autores de un nuevo trabajo publicado en la revista mBio. Como resultado, estas abejas tienen un microbioma intestinal notablemente diferente al de sus congéneres, con poblaciones más comunes a las hienas y buitres amantes de la carroña. Por eso se las conoce comúnmente como “abejas buitre” (o “abejas carroñeras”).
Según los autores -entomólogos de la Universidad de California, Riverside (UCR), la Universidad de Massachusetts, Amherst, la Universidad de Columbia y el Museo Americano de Historia Natural- la mayoría de las abejas son esencialmente “avispas que cambiaron a un estilo de vida vegetariano”. Pero hay dos ejemplos registrados de abejorros que se alimentan de carroña que datan de 1758 y 1837, y se sabe que algunas especies se alimentan ocasionalmente de carroña además de buscar néctar y polen. (Se consideran “necrófagos facultativos”, a diferencia de las abejas buitreras, que se consideran “necrófagas obligadas” porque sólo comen carne).
Un entomólogo llamado Filippo Silvestri identificó la primera “abeja buitre” en 1902 mientras analizaba un grupo de especímenes prendidos con alfileres, aunque nadie la llamó así ya que entonces no sabían que esta especie se alimentaba de carroña. Silvestri la bautizó como Trigona hypogea, y también describió sus nidos como utilizados para la miel y el polen, aunque investigadores posteriores observaron una sorprendente ausencia de polen. Por el contrario, los análisis bioquímicos revelaron la presencia de secreciones similares a las de las abejas reinas en los nidos de las abejas melíferas.
Luego, en 1982, el entomólogo David Roubik, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales de Panamá, informó de algunos resultados sorprendentes de sus observaciones de las colonias de Trigona hypogea. En lugar de recoger el polen de las flores, esta especie ingería la carne de animales muertos: lagartos, monos, serpientes, peces y aves. Las abejas que tropezaban con un sabroso trozo de carne podrida depositaban un rastro de feromonas para llamar a sus compañeras de nido, que solían acudir en masa al cadáver en un plazo de ocho horas.

Las abejas de los buitres a menudo entraban en los cadáveres por los ojos, de forma similar a los gusanos, y Roubik destacó especialmente la eficacia con la que podían consumir un cadáver. Un gran lagarto quedó reducido a un esqueleto en dos días, mientras que las abejas tardaron sólo ocho horas en eliminar todas las plumas y la carne de la cabeza de un paseriforme muerto. Redujeron dos ranas a esqueletos en seis horas. Como se alimentaban de carroña en lugar de recolectar polen, esta especie tenía una pata trasera distintiva, con una cesta de polen drásticamente reducida en comparación con las abejas “vegetarianas”.
Las abejas consumían la carne in situ, almacenando una especie de “papilla de carne” en sus cultivos para llevarla de vuelta a la colmena. Roubik planteó la hipótesis de que, una vez en la colmena, las abejas convertían esa papilla en algún tipo de sustancia glandular, que luego almacenaban en botes de cera. “Teniendo en cuenta que la carne de los animales se pudre y sería inadecuada como alimento almacenado, su conversión metabólica es esencial para permitir el almacenamiento”, escribió. Otra hipótesis, propuesta en 1996, sugiere que la carne real es lo que se almacena en las vasijas de cera.

Ahora conocemos tres grupos distintos de abejas buitreras que obtienen sus proteínas exclusivamente de los cadáveres: las ya mencionadas Trigona hypogea, Trigona crassipes y Trigona necrophages. Son abejas sin aguijón, pero tienen cinco grandes dientes puntiagudos y se sabe que pican. Algunas excretan sustancias con sus picaduras que pueden causar dolorosas ampollas y llagas.
“Estas son las únicas abejas en el mundo que han evolucionado para utilizar fuentes de alimentos no producidos por las plantas, lo cual es un cambio bastante notable en los hábitos dietéticos”, dijo Doug Yanega, un entomólogo de la UCR que fue coautor del nuevo estudio. Él y sus colegas se preguntaron si estas abejas buitre, dado su cambio radical de dieta, también habían evolucionado con microbiomas distintos, y realizaron una serie de experimentos para averiguarlo.
Las abejas adultas utilizadas en los experimentos fueron recolectadas en estaciones de campo en La Selva y Las Cruces, Costa Rica, en abril de 2019. Cada sitio contaba con 16 “estaciones de cebo” con grandes trozos de pollo fresco suspendidos de las ramas con una cuerda. La cuerda estaba recubierta de vaselina para ahuyentar a las hormigas, aunque algunas hormigas bala especialmente intrépidas lograron superar esa barrera. Para comparar, el equipo también recogió abejas que se alimentaban tanto de carne como de flores, así como abejas que se alimentaban exclusivamente de polen.

Cada abeja se guardó en un tubo estéril lleno de etanol al 95%. Como los especímenes eran tan pequeños, se utilizaron los abdómenes enteros para el análisis del microbioma, excepto en el caso de las abejas Melipona más grandes, cuyas tripas se diseccionaron cuidadosamente. Ese análisis reveló que los cambios más extremos en el microbioma se encontraban en las abejas buitre que se alimentaban exclusivamente de carne. Esos microbiomas tenían muchas bacterias Lactobacillus, comúnmente encontradas en alimentos fermentados como la masa madre, así como Carnobacterium, conocida por ayudar a digerir la carne.
“El microbioma de la abeja buitre está enriquecido en bacterias amantes del ácido, que son bacterias novedosas que sus parientes no tienen”, dijo el entomólogo de la UCR y coautor Quinn McFrederick. “Estas bacterias son similares a las que se encuentran en los buitres reales, así como en las hienas y otros alimentadores de carroña, presumiblemente para favorecer a protegerlos de los patógenos que aparecen en la carroña”. El siguiente paso será conocer mejor los genomas de las bacterias, así como los de los distintos hongos y virus que se encuentran en las abejas de los buitres.
Aunque las abejas buitre tenían cestas mucho más pequeñas en sus patas traseras, los autores señalaron que, sin embargo, eran capaces de utilizarlas para recoger trozos de pollo masticado, de forma similar a como sus primos vegetarianos recogen el polen. “Tenían pequeñas cestas de pollo”, dijo McFrederick.
McFrederick, Yanega y sus colegas sugieren dos escenarios hipotéticos para explicar sus hallazgos, señalando que ambos no son mutuamente excluyentes. “El cambio de dieta puede haber llevado a la extinción de los simbiontes y a la sustitución de los microbios que pueden descomponer la carroña, o el núcleo del microbioma de la abeja sin aguijón puede persistir, lo que sugiere que estos microbios evolucionaron junto con la abeja durante su cambio de dieta y están adaptados a una nueva fuente de proteínas”, escribieron.
DOI: mBio, 2021. https://doi.org/10.1128/mBio.02317-21 (Acerca de los DOI).
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Michael Rojas
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